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sábado, 28 de octubre de 2017

CATALUÑA INDEPENDIENTE.

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno
















CATALUÑA INDEPENDIENTE.

La verdad es que uno en su inocencia preveía un proceso largo, pesado y aburrido.  

Lo previsible era que Rajoy y su parsimonia habitual echarían balones fuera hasta que el rival cediera por aburrimiento.

Pero no. Puigdemont ha actuado con inteligencia felina. Se ha visto conminado a declarar unilateralmente la independencia en su condición de presidente de la Generalidad mientras Junqueras, la CUP, juntos por el sí y todo el conglomerado más o menos separatista, más o menos comunista, eludían cualquier responsabilidad y cualquier posible ulterior consecuencia indeseable.

Puigdemont al final ha exigido algo cargado de lógica. ¡Qué se mojen todos! 

En una sesión parlamentaria seguida con enorme interés por las televisiones privadas españolas, finalmente han declarado el DIU o la DUI. La validez legal de la tal reunión es más que dudosa, pero desde hace años la Generalidad está fuera de control. Por supuesto esto deberían determinarlo jurisconsultos prestigiosos, pero por lo que parece todo el tinglado catalán funciona fuera de la ley y de la Constitución española desde hace décadas. Es más, algún doctor en derecho podría apreciar signos de la misma ilegalidad en la actuación de los gobiernos españoles llamados constitucionalistas, más que nada por dejadez, miedo y sumisión a poderes externos e internos, todos ellos ferozmente antiespañoles. En esta desidia y entreguismo destacan singularmente el gobierno de Zapatero y el de Rajoy.


Obviando pues las sutilezas legales que nos han conducido hasta el momento y la situación presentes, tenemos una declaración de independencia unilateral del gobierno catalán. Ha respondido, con aparente firmeza el gobierno español. Según parece Rajoy ha aplicado el famoso artículo 155 de la constitución y ha destituido al gobierno e instituciones catalanas. Ahora bien, una cosa es la aparente firmeza y otra la realidad de la situación y de la capacidad, más que dudosa de Rajoy y su gobierno para hacer efectiva la decisión que han tomado.

Una cosa es decir el qué: «destitución de todos y todas, asunción de competencias» y otra muy distinta el cómo. ¿Cómo un tipo tan melindroso como Rajoy, un señor que se asusta, que se esconde detrás de los lentes, tiene una expresión de susto perpetuo y que ofrece una imagen de inseguridad personal tremenda va a hacer cumplir lo que ha prometido? Si fuera Putin, o Trump, aún, pero no es el caso.

Es posible que crea que con decirlo será suficiente. Pero las publicitadas por los periódicos, amenazas de querellas de las diferentes fiscalías con peticiones de penas de cárcel para los miembros del parlamento y el gobierno catalanes no van a ser suficientes. Las instituciones catalanas han pasado ya el Rubicón. Son conscientes de que si ceden pueden acabar ante fiscales y jueces que por muy débiles y obsequiosos que parezcan una vez que comienzan a poner en marcha los procesos siempre acaban, excepto en el caso de Urdangarín y familia, por pedir penas de cárcel y por asaltar el patrimonio personal de los acusados.

Dicho de otra forma, los catalanes separatistas van a ir a por todas porque el camino que han emprendido no admite marcha atrás. De momento Puigdemont y compañía no se dan por destituidos y van a convocar reuniones de gobierno, lo cual es muy lógico ya  que consideran que Cataluña es  de hecho y también según su particular punto de vista, de derecho, una nación independiente.

De todo esto debemos concluir inevitablemente que si Rajoy y la sorayesca vicepresidenta creen que todo va a transcurrir en paz y sosiego desde este momento hasta las elecciones de diciembre se equivocan. También hay que suponer que hacer cumplir las disposiciones del artículo 155 va a requerir algo más que la comparecencia apresurada del plasmático presidente de gobierno que padecemos y también va a requerir algo más que el garbo y la supuesta inteligencia de nuestra gentil y simpática vicepresidenta.

Dicho de otra forma, es más que probable que pronto esta nación de naciones tenga que tomar una decisión. Elegir entre las dos posibilidades del dilema a que se enfrenta. Por un lado el uso de la fuerza policial y probablemente, según se desarrolle la situación, militar, con las tremendas consecuencias que todo esto puede tener.

O bien, como segunda opción, admitir definitivamente que España es un país débil, destruido ya, dividido en reinos de taifas e incapaz de detener la deriva separatista catalana y casi seguro, pronto, la vasco-navarra.  

Habría pues que olvidarse de Cataluña, aceptar fronteras, un muro antiespañol en ese territorio y ofrecer una salida a los cientos de miles españoles de sentimiento y de raíz para abandonar Cataluña, asegurar su ubicación en zona española y dejar que la UE organice el funeral español y garantice la vida más o menos tranquila de catalanes y españoles.


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