CATALUÑA INDEPENDIENTE.
La verdad es que uno en su
inocencia preveía un proceso largo, pesado y aburrido.
Lo previsible era que Rajoy y su
parsimonia habitual echarían balones fuera hasta que el rival cediera por
aburrimiento.
Pero no. Puigdemont ha actuado
con inteligencia felina. Se ha visto conminado a declarar unilateralmente la
independencia en su condición de presidente de la Generalidad mientras
Junqueras, la CUP, juntos por el sí y todo el conglomerado más o menos
separatista, más o menos comunista, eludían cualquier responsabilidad y
cualquier posible ulterior consecuencia indeseable.
Puigdemont al final ha exigido
algo cargado de lógica. ¡Qué se mojen todos!
En una sesión parlamentaria
seguida con enorme interés por las televisiones privadas españolas, finalmente
han declarado el DIU o la DUI. La validez legal de la tal reunión es más que
dudosa, pero desde hace años la Generalidad está fuera de control. Por supuesto
esto deberían determinarlo jurisconsultos prestigiosos, pero por lo que parece
todo el tinglado catalán funciona fuera de la ley y de la Constitución española
desde hace décadas. Es más, algún doctor en derecho podría apreciar signos
de la misma ilegalidad en la actuación de los gobiernos españoles llamados
constitucionalistas, más que nada por dejadez, miedo y sumisión a poderes
externos e internos, todos ellos ferozmente antiespañoles. En esta desidia y
entreguismo destacan singularmente el
gobierno de Zapatero y el de Rajoy.
Obviando pues las sutilezas
legales que nos han conducido hasta el momento y la situación presentes,
tenemos una declaración de independencia unilateral del gobierno catalán. Ha
respondido, con aparente firmeza el gobierno español. Según parece Rajoy ha
aplicado el famoso artículo 155 de la constitución y ha destituido al gobierno
e instituciones catalanas. Ahora bien, una cosa es la aparente firmeza y otra
la realidad de la situación y de la capacidad, más que dudosa de Rajoy y su
gobierno para hacer efectiva la decisión que han tomado.
Una cosa es decir el qué: «destitución
de todos y todas, asunción de competencias» y otra muy distinta el cómo. ¿Cómo
un tipo tan melindroso como Rajoy, un señor que se asusta, que se esconde
detrás de los lentes, tiene una expresión de susto perpetuo y que ofrece una imagen de inseguridad personal tremenda
va a hacer cumplir lo que ha prometido? Si fuera Putin, o Trump, aún, pero no
es el caso.
Es posible que crea que con
decirlo será suficiente. Pero las publicitadas por los periódicos, amenazas de
querellas de las diferentes fiscalías con peticiones de penas de cárcel para
los miembros del parlamento y el gobierno catalanes no van a ser suficientes.
Las instituciones catalanas han pasado ya el Rubicón. Son conscientes de que si
ceden pueden acabar ante fiscales y jueces que por muy débiles y obsequiosos
que parezcan una vez que comienzan a poner en marcha los procesos siempre
acaban, excepto en el caso de Urdangarín y familia, por pedir penas de cárcel y
por asaltar el patrimonio personal de los acusados.
Dicho de otra forma, los
catalanes separatistas van a ir a por todas porque el camino que han emprendido
no admite marcha atrás. De momento Puigdemont y compañía no se dan por
destituidos y van a convocar reuniones de gobierno, lo cual es muy lógico ya que consideran que Cataluña es de hecho y también según su particular punto
de vista, de derecho, una nación independiente.
De todo esto debemos concluir inevitablemente
que si Rajoy y la sorayesca vicepresidenta creen que todo va a transcurrir en
paz y sosiego desde este momento hasta las elecciones de diciembre se
equivocan. También hay que suponer que hacer cumplir las disposiciones del
artículo 155 va a requerir algo más que la comparecencia apresurada del
plasmático presidente de gobierno que padecemos y también va a requerir algo
más que el garbo y la supuesta inteligencia de nuestra gentil y simpática
vicepresidenta.
Dicho de otra forma, es más que
probable que pronto esta nación de naciones tenga que tomar una decisión.
Elegir entre las dos posibilidades del dilema a que se enfrenta. Por un lado el
uso de la fuerza policial y probablemente, según se desarrolle la situación,
militar, con las tremendas consecuencias que todo esto puede tener.
O bien, como segunda opción, admitir
definitivamente que España es un país débil, destruido ya, dividido en reinos
de taifas e incapaz de detener la deriva separatista catalana y casi seguro,
pronto, la vasco-navarra.
Habría pues que olvidarse de
Cataluña, aceptar fronteras, un muro antiespañol en ese territorio y ofrecer
una salida a los cientos de miles españoles de sentimiento y de raíz para
abandonar Cataluña, asegurar su ubicación en zona española y dejar que la UE
organice el funeral español y garantice la vida más o menos tranquila de
catalanes y españoles.
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