LA NARANJA MECÁNICA CATALANA
Era evidente y se veía venir. De pronto
aparece una extraña bandera que sustituye a la de barras tradicional. Bandera a
la que ponen un triángulo y una estrella y que los conspiranoicos encuentran
sugerentemente inspirada en símbolos masónicos. Parece todo muy organizado, muy
revolucionario, muy de primavera árabe con intervención de países extranjeros y de
las propias televisiones españolas, (sobre todo “la sexta” también masónica gestada y nacida
durante los años de Zapatero) apoyando, unas más y otras menos, el follón catalán.
Algunos hablan de odio a España, otros de odio a los españoles que parece lo
mismo, pero tiene sus matices nazirracistas. En todo caso el desbarre catalán
fue anticipado cuando un tipo como Boadella, éste sí, catalán de pura cepa con
apariencia de intelectual renacentista veneciano del siglo XVI, se vio obligado
a abandonar su propia tierra por el terrible motivo de que pensaba, nótese la
importancia del verbo pensar, repito, pensaba (nuevo intervalo para apreciar el
exacto, tremendo, increíble significado de pensar) diferente.
¿Cómo hemos llegado a esta
situación? Recordemos aquella magnífica película de Kubrik «La naranja mecánica».
El personaje que interpreta Malcom Mcdowell, Alex, es un joven adolescente
amante de la música de Beethoven, con más de un problema en la “quijotera”, sádico
y practicante de ese género de arte marcial que él define como ultraviolencia y
que incluye una variante de segundo
orden: el subgénero violación.
Al tipo acaban deteniéndolo y
para reconducir los instintos primarios que gobiernan su deteriorada “quijotera”
le someten a sesiones intensivas de películas ultraviolentas y ultrapornográficas.
Le ponen una camisa de fuerza, le sujetan la cabeza con arneses y le obligan a
tener los ojos abiertos sin que en ningún momento pueda desviar la mirada, ni
evitar la ultra e inmisericorde ración de cine, televisión, lo que sea,
obligada su ya maltrecha masa cerebral a
absorber durante las sesiones de terapia las siniestras imágenes de sexo y violencia equivalentes
a la programación de millones de
informativos de televisión a lo largo de años. Al pobre Alex, semejante
atiborramiento de sadomaso sexual y violento en un corto espacio de tiempo,
acaba produciéndole el efecto que los ingenieros mentales que han diseñado el
proceso tienen pensado. Alex, programado genéticamente para la violencia, la
violación y el amor a Beethoven acaba
aborreciendo tanto unas como al otro.
Ahora bien, si el suministro de
violencia, sexo o estupidez se realiza con menor intensidad, supongamos que al
ritmo de dos o tres horas diarias de condicionamiento televisivo a sujetos
quizá genéticamente no tan predispuestos a esos desvíos de conducta, pero
siempre influenciables, es muy posible que los ingenieros cerebrales que diseñaron
el proceso de Alex consigan exactamente el efecto contrario. La ultraviolencia,
la mentira, el ultra sexo, todo absorbido durante años de condicionamiento
televisivo que ahora puede, por fin, con permiso y en seguimiento de la
estrategia política conveniente, desbordarse.
Y lo dice nada menos que Albert
Boadella, al que expulsaron del estanque dorado catalán, porque era de los
pocos, si no el único que denunciaba el masivo lavado de cerebro. Véase aquí:
Él no lo dice y por algo será,
pero yo añado que alguna otra cadena televisiva condicionante también debería
cerrarse.
No las van a cerrar, o sea que no
queda otro remedio. No las vean.
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