ESPAÑA EN DISOLUCIÓN

Un país en derribo:

Es posible que ante la terrible situación que vive España y como último intento de que la nación entera no acabe desintegrándose sea conveniente repensar el modelo de Estado y su más alta magistratura. Es evidente que después de cuarenta años de monarquía no cabe otra conclusión que la de calificar el resultado de fracaso.
El rey anterior recibió de manos del difunto el poder absoluto; ahora con la perspectiva que da el tiempo podemos afirmar que nuestro emérito rey no estaba preparado para tan alto cometido. El porqué el viejo y astuto general nombró heredero del régimen a título de rey a Juan Carlos pertenece al reino de la cábala. Quizá, como cuentan algunos eruditos, los emperadores nombran sucesores a personajes que saben con seguridad van a hacerles mejores de lo que en realidad fueron. A la vista está que la realidad de España, aparentemente moderna e integrada en todos los clubs internacionales, presenta a estas alturas el preocupante aspecto de un enfermo terminal.
Algunos de los síntomas que aquejan nuestro quejumbroso momento actual son los siguientes:
Los radicales catalanes siguen empeñados en la independencia de la comunidad autónoma al precio que sea menester.
El gobierno nacional se declara en huelga de brazos caídos dejando la respuesta al desafío secesionista en manos de algunos jueces valientes o tal vez mejor, ingenuos.
La invasión de la nación por los ejércitos africanos sigue, asimismo con la aquiescencia del gobierno nacional y de los regionales que amablemente destinan partidas económicas sustanciales al objetivo irrenunciable de destruir España (patria común e indivisible de los españoles), uno de los chistes que salpimentan la constitución del 78, es decir, juancarlista, o sea monárquica.
También menciona la carta magna algo así como las regiones y nacionalidades que la integran. A la vista está que donde dice integran, debería decir, desintegran.
Y otras…
Pero cuando la cabeza falla, el resto del cuerpo lo siente con especial virulencia.
Observamos entonces que la reina consorte agrede físicamente a la pobre anciana reina emérita apartando el regio y cariñoso brazo del hombro de la heredera que bien educada por la madre también lo rechaza de un manotazo.
Todo a la vista del emérito que sin decir nada parece decir, “yo ya lo había advertido” y a la vista también del abúlico monarca actual que reina, pero no gobierna ni en su propia casa.
Impresionantes imágenes que sitúan el comportamiento de la familia real española a la altura de las  trifulcas de familias de la clase baja de mediados del pasado siglo cuando todavía se estaba saliendo de la desgraciada guerra civil, trifulcas en las que a modo de ordinarias verduleras las discrepantes ponían brazos en jarras y se crecían ante la enemiga al grito de: “va a enterarse esa. Pues buena soy yo…” y cosas de este jaez.
En esta situación delirante que nos avergüenza ante el mundo y como terapia de choque quizá sería conveniente plantearse, más que nada para entretener a la “sexta” durante unos meses, el cambio de régimen. A la tercera va la vencida. A ver si de una vez acertamos con la república. Sería también conveniente, como medida de justo resarcimiento y para que el tránsito sea menos traumático, nombrar a doña Sofía de Grecia reina vitalicia a cuya desaparición sucedería sin trauma de ninguna clase el advenimiento vía elecciones del primer o primera presidenta de la tercera república.
Y es que si alguna mujer ha sido víctima de malos tratos es doña Sofía de Grecia. Primero a manos del marido, incluido un manotazo a la entrada de la catedral y luego por parte de la nuera doña Leticia con pruebas gráficas que no pueden ocultarse. Se lo debemos, se lo debe España a ella y a Peñafiel que como el emérito ya lo había advertido.