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sábado, 28 de abril de 2018

NUESTRAS MUJERES CONTRA NOSOTROS

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno














Nuestras mujeres contra nosotros.

Un muro cada vez más consistente se está erigiendo sin que haya sido necesario elegir a presidente populista. De los hombres que no amaban a las mujeres, título y novela, una vez leída no tan feminista como pudiera parecer, hemos pasado a las mujeres que odian a muerte a los hombres, no a todos los hombres, solo a los hombres del sistema. Es decir, a los hombres blancos, heterosexuales, nacionales, identificables por el semblante cada vez más preocupado con que pasean por las ciudades y pueblos de esta singular nación de naciones, incapaces ya de acercarse a una mujer sin sentir una preocupación mezcla de aspereza, miedo al rechazo, terror a que sus intenciones sean malinterpretadas; varones que se lo piensan dos veces antes de entrar en el ascensor con la vecina de siempre, que se resisten a tener una conversación en la oficina, en el despacho, con señora alguna, la que sea, si no tienen testigo o cámara que pueda posteriormente dar fe de que allí no ha pasado nada inapropiado. Hombres que ya no saben si ceder el asiento en el autobús a una mujer embarazada será correcto; que recuerdan el caso del profesor Neira, muerto él después de penosa enfermedad, muerto el agresor por suicidio, profesor increpado por la propia agredida y por las asociaciones feministas. Psiquiatras varones, si es que queda alguno, que ya no se atreven a tratar pacientes femeninas. Ginecólogos, si es que queda alguno, que solo piensan en alcanzar la edad de jubilación sin que alguna denuncia por abuso sexual les alcance.
Y tantos otros hombres expulsados de la vida social, invadidas las anteriormente exclusivas asociaciones masculinas por hordas de mujeres cada vez más dominantes, más demandantes de igualdad, más empoderadas, signifique lo que sea esta palabra, más agresivas en la expresión oral (hijo puta) es el insulto más corriente, no mucho antes propio de gente soez, ordinaria, con el agravante en lo actual de que la prostitución es profesión respetada en cuanto a que quienes la ejercen lo hacen involuntariamente y siempre por coacción masculina, esa es la ley del doctor Moreau. Más agresivas incluso en lo físico. Los nuevos tiempos ofrecen al imaginario colectivo hembras de cincuenta quilos de peso que derriban con facilidad pasmosa a machos de cien quilos como si fueran de papel. Algunos y algunas ingenuas piensan que la televisión, el cine que son los canales de expansión de estas nuevas ideas no tienen influencia puesto que se sabe que es ficción, pero vivimos en un mundo de realidad virtual, la que se circunscribe a los estrechos márgenes del interior de la pantalla televisiva o del ordenador. Es el sistema patriarcal dicen, gritan, alborotan ellas y ellos (nosotras) son ellos siempre, previo acuerdo de retransmisión posterior ( y aquí un inciso: ¿por qué (nosotras), ellos, los que luego pidieron perdón, no aprovechan la sanidad pública y se transforman definitivamente en ellas, en nosotras?; es solo una idea).
Y estábamos en lo físico, en lo que los psicoterapeutas de no hace muchos años llamaban castración psicológica, muchas veces atribuida a determinadas influencias de féminas, madres, abuelas, esposas, cercanas al paciente. Castración ahora aplicada a la masa informe de pobres desgraciados que se ven obligados a militar en alguna de esas nuevas asociaciones, o sectas, o grupos ideológicos que responden al acrónimo INCEL, involuntariamente célibes. La construcción definitiva del muro solo necesita el suministro periódico de la noticia correspondiente, de la actuación de uno o varios de los salvajes que siempre han existido y existirán, de los descerebrados que no piensan en otra cosa, absorbidos, condicionados, educados en la vorágine sexual que lo impregna todo, al menos todo lo virtual que es en definitiva, todo. Mujeres que a la mínima necesidad del guión se desnudan, se abalanzan sobre el galán afortunado, tan artificiosa criatura este, como ella misma. Todo falso, pero necesario para enganchar, para vender, para llegar a lo profundo de la psique y allí excitar y conseguir que el sujeto del experimento, (vean “La naranja mecánica por favor”) o sea todos los sentados alrededor de la venenosa pantalla crean que son el prota, asimilen para sí mismos inevitablemente que ellos son como él, tan atractivos como él, tan preparados e inteligentes como él, tan triunfadores y capaces como él. Y entonces: ¿por qué ellas, ella, la que conoce, con la que consigue tener una mínima conversación en algún lugar, no se abalanza, no jadea, no desea otra cosa en el mundo que estar, ser amada, poseída por él, por el prota de la pantalla transmutado en el diminuto, prescindible perdedor genético, o sea, él mismo?
De todas estas consideraciones quedan excluidos los nuevos ciudadanos varones, venidos, atraídos, llamados a sustituir al decaído macho nacional convenientemente castrado. Pueden violar, golpear, maltratar, obligar, etc. Su cultura lo exige y ellas y ellos, (nosotras), así lo han establecido.

RIP el varón domado, castrado, sellado con etiqueta de “a extinguir”, occidental. El futuro es de otros y probablemente de otras.

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