MANADA

Qué extraño mundo este que vivimos. Todo parece fútil, amargo, sin sentido. No hay futuro perceptible y el que se vislumbra como siniestro amanecer entre niebla espesa tiene apariencia fantasmal.

 La realidad diluida en la representación, confinada a los estrechos límites físicos de esa diabólica ventana a través de la que se nos muestra el mundo, mundo complejo, difícil de entender, siniestro camino de vida que nos lleva inevitablemente a la desesperación. No parece haber nada más allá de lo que vemos o de lo que algunos quieren que veamos.

Enorme manifestación de féminas airadas por la condena inducida a través de los medios de comunicación a unos jóvenes salvajes, viajeros en busca de algún sentido a una vida deprimente que termina en un portal y en la utilización de una mujer para acabar sometiéndola a la triste condición de usar y tirar.

Fiesta salvaje, antaño con atávico significado de prueba de virilidad reconvertida en aquelarre de todos los excesos que se deben permitir, que deben premiarse; no eres nadie sino acabas despanzurrado en un parque inundado de alcohol, droga, sexo, vómito y a veces muerte. Alaridos animales, ojos desorbitados por el miedo o el valor o lo que sea que ocurra cuando la masa humana entra en resonancia y palpita al unísono en un baile votivo de fiesta, de alegría o tal vez de simple abandono a la bestia que llevamos dentro, de entrega al ídolo de barro o de oro o al Baal hirviente que destruye a todo aquel que se le acerca.

El lobo sale de caza, busca, husmea, eleva la cabeza repleta de odio ancestral, de violencia contenida, de venganza reprimida, dejada para más adelante, nunca olvidada, solo retrasada por un tiempo, no mucho y cambia el sentido profundo de la desesperación que nos envuelve en aparente alegría sumergida en océanos de alcohol y universos de seres humanos apenas distinguibles de una manada de búfalos en estampida sin otro destino que huir del pánico cuyo origen se desconoce.

Y otros violadores también, solo que estos últimos son de allá. Mala suerte para ella, nadie va a hacer nada, no va a haber condena, ni manifestación tumultuaria. La violación no es la misma y debe distinguirse escrupulosamente el origen. Si el violador es inmigrante, venido del otro lado del mar que nos separa se tolera, se comprende; el asalto viene atemperado y explicado por las injusticias que abuelos y tatarabuelos nuestros cometieron. Eso dicen, eso proclama la nueva religión de la diosa que solo odia al varón cercano, al que somete, al que ya lleva siglos sometiendo y que espera el aquelarre anual bendecido y presidido por el dios cabra para saciar el instinto bestial que a pesar de todo sigue ahí, en el más profundo interior de este animal que llamamos ser humano.