SOFÍA: QUÉ DECEPCIÓN.

Te queríamos; en silencio es verdad, pero te queríamos. Fuiste una reina para nosotros, para muchos y muchas españolas que te veíamos siempre con el mismo peinado, con la misma expresión de simpatía, con esa alegría que luego, con el discurrir del tiempo y de las noticias supimos que era alegría amarga, que el rey del que también nos sentíamos orgullosos se entretenía en aventuras amorosas dejándote sola en palacio.

Supimos también que en esa tremenda soledad acudías a consolarte con el viejo general Sabino que durante un tiempo intentó poner freno a las peligrosas relaciones de poder e influencia que se habían ido entretejiendo alrededor de Juan Carlos. Creímos durante mucho tiempo que a pesar de todo, se traslucía por tu parte no solo el comportamiento debido de una reina, sino también el amor traicionado de una mujer que seguía siendo fiel y queriendo a su marido. Es verdad que Peñafiel se quejó en alguna ocasión de que no fuiste atenta con él cuando tuvo un grave problema familiar, pero es comprensible, la institución monárquica requiere mantener las distancias. Es evidente que como institución encarnada por personas tiene también lados oscuros, impenetrables para el común de los mortales, pero en lo fundamental eras nuestra reina perpetuamente sufriente y también sonriente.


Hasta nos parecías guapa, genuinamente atractiva, sin cirugías, ni recurso a estas extrañas técnicas de retoque facial y estiramientos estúpidos que no dejan transcurrir el tiempo, que convierten a las mujeres y hombres que los utilizan en momias envueltas en su propia piel. Sufrimos también, nos dolió a todos los que te queríamos, el manotazo real apartándote de su lado cuando intentabas ayudarle en las escaleras de la catedral. Nos contaron que en palacio los lameculos inevitables en este país se reían de ti y contaban chascarrillos cuando aparecías cerca del rey. En fin, son cosas que parecen consustanciales a la posición, no al cargo, sino a la propia institución y a las debilidades de quienes por circunstancias históricas acaban por encarnarla. Pero finalmente quedó en nuestra memoria la imagen, la serena personalidad de la que consideramos una gran reina.

Y hace poco, solo unos días, cuando ocurrió el vergonzoso incidente reafirmamos nuestro compromiso solo con una reina, con la única. Vaya por delante que no tenemos nada contra Leticia, sí, por el contrario, contra tu hijo. Sabemos que es buena persona que le has educado para el bien, pero el matrimonio que os obligó, que nos obligó a todos a aceptar tiene un pecado original y él es el responsable. Mintió, os mintió a vosotros y nos mintió a todos. Lo dijo, lo publicó el primo abogado al que encargaron y lo hizo con entusiasmo, formar parte de la mentira. Que ahora a esas cosas se les dé poca importancia no quiere decir que no la tengan. La mentira, Sofía, es el pecado original y no hay mentiras pequeñas, medianas o grandes mentiras.

No hay grados en la mentira.

Mentir corrompe, la corrupción tiene origen en la mentira. Es igual que se mienta para conseguir un máster, ganar unas elecciones, un chalet en zona residencial, un cargo o incluso millones de euros en la colocación a abueletes crédulos de productos financieros tóxicos. Mentir para conseguir un marido, para conseguir el permiso paterno para un matrimonio, es exactamente lo mismo. La mentira es el gran pecado de occidente. Por eso cuando te hemos visto sonriendo al lado de la mujer que te agredió físicamente hace solo unos días, sabemos que es mentira, que nos mientes, que dejas tu dignidad y la nuestra de lado para consolidar los intereses de tu hijo. Una cosa es controlarse y saber estar cuando se es reina o se detenta un cargo de respeto en una nación y otra hacer teatro, arrastrar la institución por el fango de los interese personales y de la mentira.