DUNKERKE:
Es una costumbre. Cada cierto
tiempo los anglos, es decir, los que ganaron la guerra estrenan película
bélica. Antes me gustaban, cuando era más joven, ahora no. Hay algo
desasosegante, cuando uno tiene hijos, en las imágenes de millones de jóvenes
enviados al matadero.
Dunkerke es la historia de una derrota. El ejército inglés, expedido al continente para ayudar al ejército
francés, supuestamente el más poderoso del mundo en aquel momento, ante el
fracaso defensivo de los aliados frente a la máquina de guerra alemana,
organiza una retirada desesperada.
Las interpretaciones de lo
ocurrido difieren según el momento y según los protagonistas. Para los ingleses
fue una gran victoria, si bien Churchill afirmó de inmediato que con retiradas
no se ganan las guerras. Para muchos de los franceses fue una traición. Para
los alemanes…
Sobre esta cuestión también
existen dudas. Un error de Hitler fiándose de las promesas de Goering acerca
del poderío de la “Luftwaffe”. El miedo que atenaza al vencedor que ha ganado con
demasiada facilidad y se siente atraído a una trampa. También está la idea de
que Hitler no quería la guerra con el Reino Unido y que por eso dejó escapar al
cuerpo expedicionario inglés. Esto explicaría el posterior vuelo nocturno de
Rudolf Hess deseoso de satisfacer los deseos del jefe, con o sin permiso del Fhürer, para negociar la paz con Inglaterra.
En todo caso, la guerra la
cuentan los vencedores. Desde el punto de vista inglés se trató de una hazaña
digna de figurar en los anales de las epopeyas bélicas. El viejo Churchill quería
la guerra al precio que fuera. Inglaterra no tolera un continente europeo
unido.
Ahora se le considera un gran
estadista, sin embargo hay muchas sombras en su actuación política. Una vez
firmada la paz entre Alemania y la Francia derrotada, no dudó en hundir la
flota francesa que permanecía fiel al gobierno de Vichy, gobierno que
oficialmente no le había declarado la guerra. Respecto a la primera guerra
mundial se le considera responsable del desastre de las fuerzas aliadas;sobre todo
australianas, en Gallipoli y también se le achaca una evidente consecuencia de
la segunda guerra mundial: el Reino Unido entró en ella como un poderoso
imperio y acabó perdiendo; unos años bastaron para la independencia de la
India, todo su poder imperial. Dejó, eso sí, alguna de las colonias con que
molesta a los enemigos más débiles que han tenido la mala idea de cruzarse en
el camino histórico de su graciosa majestad británica. Véase las Malvinas y
Gibraltar, y también Hong Kong, y obsérvese la diferente actitud de la belicosa
Thatcher respecto a las islas argentinas, el peñón español y la pequeña ciudad asiática. Si Inglaterra
puede, arrasa, si se ve impotente, transige y entrega la colonia amarilla a un
potencial enemigo al que de ninguna manera puede vencer.
Churchill es también maquiavélico y retorcido. En una novela de
éxito se describe a los alemanes como gentes con corazón de seda y puño de
hierro, unos bestias sentimentales en definitiva, abducidos por un pasado
guerrero y unos mitos wagnerianos de los que el imperio romano nunca consiguió
apartarles. Por el contrario, el autor, norteamericano, describía a los
ingleses como educadísimos personajes con puño de seda y corazón de plomo.
Así se entiende que cuando los
bombarderos alemanes de Goering equivocaron las coordenadas y descargaron una
lluvia de fuego sobre Londres, Churchill, viera en aquel preciso momento ganada
la batalla aérea de Inglaterra. Simplemente ordenó el bombardeo de Berlín. El
Fhürer, histérico, respondió como quería el dirigente inglés desviando el primitivo
objetivo de la“Luftwaffe”
(destruir el arma aérea inglesa arrasando los aeródromos militares), y ordenó
el ataque indiscriminado a las ciudades británicas, Londres principalmente, lo
que posibilitó la recuperación y posterior triunfo de la RAF frente a los “stukas
alemanes”. Corazón de plomo evidente, Churchill sacrifica conscientemente las
vidas de los ciudadanos corrientes ingleses para continuar la lucha. Y más
adelante, con la guerra ganada, ingleses y americanos se esmeraron en reducir a
escombros de manera salvaje ciudades alemanas que no aportaban nada a la
resistencia bélica nazi. Corazón de plomo, de nuevo.
Y también, Truman, el presidente
norteamericano que ordenó el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Pudo
haber elegido, hubiera sido suficiente demostración, una isla deshabitada o
algún centro militar para dejar caer a Little Boy, pero no. Corazón de uranio,
habría que decir aquí.
Y gracias a que se descubrió el
holocausto en los campos de concentración nazi, toda esta carnicería
anglosajona quedó milagrosamente justificada. Oleadas de propaganda a través de
prensa, cine y televisión que curiosamente se repiten actualmente.
Documentales sobre la segunda guerra mundial una y otra vez. Películas y series
de televisión recurrentes sobre el holocausto y la guerra. “La lista de
Schindller”, “Salvar al soldado Ryan”, “Dunkerke”. Nos sumergen periódicamente,
cualquiera sabe con qué fines, en esta
tremenda historia que llevó al mundo cerca de un cataclismo que ahora, con
Corea del Norte, India, China, Pakistán convenientemente rebosantes de
armamento nuclear. Estados Unidos y Rusia, lo mismo, puede definitivamente
decirse que, ahora sí que sí, lo van a conseguir.
Lo predijo, creo recordar,
Einstein. «No sé con que armas se luchará la tercera guerra mundial, pero la
cuarta utilizará palos y piedras».
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