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domingo, 13 de agosto de 2017

DUNKERKE

Lluvia mortal
Viajeros del tren nocturno





DUNKERKE:

Es una costumbre. Cada cierto tiempo los anglos, es decir, los que ganaron la guerra estrenan película bélica. Antes me gustaban, cuando era más joven, ahora no. Hay algo desasosegante, cuando uno tiene hijos, en las imágenes de millones de jóvenes enviados al matadero.

Dunkerke es la historia de una derrota. El ejército inglés, expedido al continente para ayudar al ejército francés, supuestamente el más poderoso del mundo en aquel momento, ante el fracaso defensivo de los aliados frente a la máquina de guerra alemana, organiza una retirada desesperada.

Las interpretaciones de lo ocurrido difieren según el momento y según los protagonistas. Para los ingleses fue una gran victoria, si bien Churchill afirmó de inmediato que con retiradas no se ganan las guerras. Para muchos de los franceses fue una traición. Para los alemanes…
Sobre esta cuestión también existen dudas. Un error de Hitler fiándose de las promesas de Goering acerca del poderío de la “Luftwaffe”. El miedo que atenaza al vencedor que ha ganado con demasiada facilidad y se siente atraído a una trampa. También está la idea de que Hitler no quería la guerra con el Reino Unido y que por eso dejó escapar al cuerpo expedicionario inglés. Esto explicaría el posterior vuelo nocturno de Rudolf Hess deseoso de satisfacer los deseos del jefe, con o sin permiso del Fhürer, para negociar la paz con Inglaterra.
 
En todo caso, la guerra la cuentan los vencedores. Desde el punto de vista inglés se trató de una hazaña digna de figurar en los anales de las epopeyas bélicas. El viejo Churchill quería la guerra al precio que fuera. Inglaterra no tolera un continente europeo unido.

Ahora se le considera un gran estadista, sin embargo hay muchas sombras en su actuación política. Una vez firmada la paz entre Alemania y la Francia derrotada, no dudó en hundir la flota francesa que permanecía fiel al gobierno de Vichy, gobierno que oficialmente no le había declarado la guerra. Respecto a la primera guerra mundial se le considera responsable del desastre de las fuerzas aliadas;sobre todo australianas, en Gallipoli y también se le achaca una evidente consecuencia de la segunda guerra mundial: el Reino Unido entró en ella como un poderoso imperio y acabó perdiendo; unos años bastaron para la independencia de la India, todo su poder imperial. Dejó, eso sí, alguna de las colonias con que molesta a los enemigos más débiles que han tenido la mala idea de cruzarse en el camino histórico de su graciosa majestad británica. Véase las Malvinas y Gibraltar, y también Hong Kong, y obsérvese la diferente actitud de la belicosa Thatcher respecto a las islas argentinas, el peñón español y  la pequeña ciudad asiática. Si Inglaterra puede, arrasa, si se ve impotente, transige y entrega la colonia amarilla a un potencial enemigo al que de ninguna manera puede vencer.


Churchill es también  maquiavélico y retorcido. En una novela de éxito se describe a los alemanes como gentes con corazón de seda y puño de hierro, unos bestias sentimentales en definitiva, abducidos por un pasado guerrero y unos mitos wagnerianos de los que el imperio romano nunca consiguió apartarles. Por el contrario, el autor, norteamericano, describía a los ingleses como educadísimos personajes con puño de seda y corazón de plomo.

Así se entiende que cuando los bombarderos alemanes de Goering equivocaron las coordenadas y descargaron una lluvia de fuego sobre Londres, Churchill, viera en aquel preciso momento ganada la batalla aérea de Inglaterra. Simplemente ordenó el bombardeo de Berlín. El Fhürer, histérico, respondió como quería el dirigente inglés desviando el primitivo objetivo de la“Luftwaffe” (destruir el arma aérea inglesa arrasando los aeródromos militares), y ordenó el ataque indiscriminado a las ciudades británicas, Londres principalmente, lo que posibilitó la recuperación y posterior triunfo de la RAF frente a los “stukas alemanes”. Corazón de plomo evidente, Churchill sacrifica conscientemente las vidas de los ciudadanos corrientes ingleses para continuar la lucha. Y más adelante, con la guerra ganada, ingleses y americanos se esmeraron en reducir a escombros de manera salvaje ciudades alemanas que no aportaban nada a la resistencia bélica nazi. Corazón de plomo, de nuevo.

Y también, Truman, el presidente norteamericano que ordenó el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Pudo haber elegido, hubiera sido suficiente demostración, una isla deshabitada o algún centro militar para dejar caer a Little Boy, pero no. Corazón de uranio, habría que decir aquí.

Y gracias a que se descubrió el holocausto en los campos de concentración nazi, toda esta carnicería anglosajona quedó milagrosamente justificada. Oleadas de propaganda a través de prensa, cine y televisión que curiosamente se repiten actualmente. Documentales sobre la segunda guerra mundial una y otra vez. Películas y series de televisión recurrentes sobre el holocausto y la guerra. “La lista de Schindller”, “Salvar al soldado Ryan”, “Dunkerke”. Nos sumergen periódicamente, cualquiera sabe con qué fines,  en esta tremenda historia que llevó al mundo cerca de un cataclismo que ahora, con Corea del Norte, India, China, Pakistán convenientemente rebosantes de armamento nuclear. Estados Unidos y Rusia, lo mismo, puede definitivamente decirse que, ahora sí que sí, lo van a conseguir.

Lo predijo, creo recordar, Einstein. «No sé con que armas se luchará la tercera guerra mundial, pero la cuarta utilizará palos y piedras».




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